Un
tapapocas lloraba
porque
nadie lo quería
hasta
que llegó el gran día.
¡Todo
el mundo lo aclamaba!
Y
la gente se asomaba
por
las puertas, las ventanas
en
las noches, las mañanas
solicitando
un barbijo,
y
una voz senil dijo:
quiero
uno, pero de lana.
Resulta
que una abuelita
estaba
muy asustada
y
por supuesto angustiada
por
eso de ser viejita.
Pero
Andrés y Katita
la
abrazaron, la besaron
y
luego le susurraron
subiéndole
la moral:
El
covid no te hará mal
si
te quedas en casita.
Pero
la abuela insistía,
pedía
su tapabocas.
¡No
me hablen de otras cosas!
¡Sáquenme
de esta agonía
y
salven la vida mía!
Los
niños la auxiliaron
el
barbijo le entregaron
con
amor y mucho gusto.
Y
como se acabó el susto,
de
la anciana, se alegraron