Ayer en mi bicicleta
fui al supermercado,
a comprar un rico
helado
para mi abuela
Anacleta.
La abuela que estaba a
dieta
estaba muy antojada,
y las ganas no
aguantaba
de chuparse su heladito,
¡Aunque sea pequeñito!
a gritos lo suplicaba.
En mi caballo de acero
pedaleando muy feliz,
fui a la tienda de
Beatriz
y compré el helado,
ligero.
A mi casa regresé,
el helado le llevé,
a mi abuelita querida
que es mi vieja
consentida
y a la que siempre la amaré.
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